domingo, 9 de septiembre de 2012

En un viaje de trabajo

En un viaje de trabajo

Suelo viajar seguido por trabajo, por mi profesión de fotógrafa, este trabajo era de sos que me mantendrían varios fuera de casa, debía fotografiar lugares, modelos, era algo que no podía hacer en dos o tres días.

Siempre cuando llego desempaco la valija, acomodo todo en el apart donde me hospedo y salgo a explorar la ciudad, ver donde puedo hacer algunas tomas, buscar comercios donde pueda comprar algo para prepararme una cena por la noche a última hora cuando estoy trabajando en la habitación, después de haber caminado por la ciudad, decidí volver al apart, tenía que hablar con el cliente y convenir la hora de trabajo para empezar al día siguiente, me quedaba por delante una buena ducha caliente, preparar las cámaras y descansar.

Al llegar al vestíbulo, me encontré con un caballero alto, de cabello oscuro, piel blanca, ojos color miel, sonrisa agradable,  muy bien vestido, cambiamos miradas, nos entregaron la llave y nos dirigimos al ascensor, mi departamento estaba en el séptimo piso, con una vista increíble de la ciudad, para aquellos que vivimos en casa, siempre es bello ver la ciudad desde las alturas, Él también estaba alojado en el mismo piso, todo un caballero me abrió la puerta del ascensor y nos dirigimos cada uno a nuestros departamentos que estaban separados por otro de por medio, para mis adentros me decía “no lo olvides, viniste a trabajar y es una semana larga”.

Amanecí  a las 5 de mañana, la ciudad estaba en silencio, solo iluminada por las luces de la calle, me preparé un café, antes de que pasaran a buscarme,  la jornada de trabajo fue por demás larga, cuando llegue eran casi las 9 de la noche sólo pensaba en cenar algo,  darme una ducha caliente, revisar parte del material y dormir; mientras pido la llave, llega mi vecino de piso con un paquete con comida, le pregunté donde la había comprado ya que era tarde, me explico como llegar, decidí subir a dejar  el equipo de trabajo, nuevamente compartimos el ascensor, nos miramos y Él me dice -mi nombre es Roberto-, -Raffaella le respondí- intercambiamos algunas palabras, los dos estábamos por trabajo y teníamos al menos Yo una larga semana por delante, cuando me disponía a salir, para comprar la cena, golpean la puerta del departamento, era Roberto y me dice -compré suficiente comida para dos, es tarde para que salgas, porque no cenamos juntos, total los dos estamos solos-.

Lo miré a los ojos que eran un océano de miel, su mirada era serena y podía perderme en ellos, no lo pensé le dije que si, le pedí que me diera unos minutos para cambiarme, así fue, no me pregunte nada, no me cuestione que estaba haciendo, Él era un perfecto desconocido y Yo estaba sola en una ciudad lejos de casa, pero algo en mi, me decía que no debía dejar pasar ese momento, siempre llevo ropa extra por las dudas a veces me invitan a un evento y me gusta estar arreglada.

Tomé una botella de vino del frigobar, la mesa estaba lista, nada mal para una cena entre dos perfectos desconocidos y extranjeros en una ciudad con tanto movimiento de gente que puede  ser tan dura como Buenos Aires, hablamos de muchas cosas y de nada, nos reíamos juntos, en nuestra conversación nada indicaba como eran nuestras vidas personales ¿para que, hacer preguntas? si todo duraría un día, una noche, quién podía saber, que nos deparará el destino, solo con saber nuestros nombres alcanzaba y Él podría no llamarse Roberto y Yo podría no llamarme Raffaella, continuamos nuestra charla sobre la ciudad, los viajes en el sillón de la sala, con la copa de vino de por medio, solo eso nos separaba, hasta que se hizo la hora de ir a mi habitación; nos miramos y antes de abrir la puerta me tomó entre sus brazos, envolviendo mi cuerpo, me sentí segura, a salvo, nos besamos, de una manera en la que al menos yo hacía tiempo no sentía, no volví a mi habitación pasé la noche junto a Él, en sus brazos, cubierta por sus besos, desnuda de mis pensamientos, era la hora debía irme, creí que Él dormía intente levantarme con mucho cuidado no quería despertarlo,  Él me tomó de la mano y me dijo -está noche porque no salimos a cenar-, lo mire y volví a perderme en sus ojos, le dije a las 9,30 y me fui.

Paso el día de trabajo, volví al apart me arregle, espere la hora y ahí llamó a la puerta, fuimos a un pequeño restaurante, con poca gente ideal, el tiempo no existía, los temas de nuestras charlas eran tan variados como las noches que pasamos juntos, su departamento era el puerto, donde anclamos cada noche nuestra pasión, vestidos sólo por los besos que recorren nuestra piel y nuestras manos que acarician nuestras almas, cada noche era la primera y era la última, ya no importaba cuántas noches habían pasado, cuántas faltaban aunque el final estuviera cerca, habíamos decidido no hablar del tema, ¿para que?,  si luego cada uno seguiría su propio destino y con eso ya era suficiente, al menos para mí.

Cuando me levanté, como siempre Él estaba despierto  me miró con sus ojos color de miel, y le dije que era mi último día de trabajo, mañana a las 14 horas sale mi vuelo, su rostro se apagó por un instante, enseguida me dijo -entonces vamos a hacer algo especial está noche, Yo me ocupo-; todo el día fue una locura de trabajo, no me dio tiempo a pensar, que era mi último día en la ciudad y de mi, junto a Él, mientras esperaba que tocara a la puerta, a la misma hora, acomodaba mi valija, mis cámaras, Roberto golpeó a la puerta, por primera vez, por última vez, mi departamento sería el destino, entre las cosas que trajo para pasar nuestra última noche juntos, fueron dos botellas de espumante y dos copas, chocolates, la cena quedo servida sobre la mesa,  pasamos la noche gozando el uno del otro, mientras la luna se colaba por la ventana iluminando nuestros cuerpos, que ya tenían una luz especial cuando se unían en la pasión.

El sol entró por la ventana y nosotros estábamos enredados en nuestros besos, pasamos la mañana juntos, hasta que llegó el momento de la partida, la puerta del ascensor del séptimo piso fue el testigo de nuestra despedida, siempre digo  que no debo mirar atrás y eso fue lo que hice, no miré hacia atrás, no volví a pedirle su teléfono, no le pregunte sobre su vida, no le tomé una foto, subí al avión, cuando desempaque la valija ahí estaba la copa que había sido testigo de nuestra noche, la primera, la última, la conservo en una caja especial, cuando la veo, recuerdo esa semana en donde dos extraños nunca se juraron amor eterno, pero vivieron dentro de los límites del amor.

*Cuento publicado en el libro "POESÍA Y NARRATIVA Antologìa - Volumen I", Tres de Febrero.

Stella Maris Leone Geraci
Artista Plástica - Fotógrafa - Escritora

E-mail: stellamarisleonegeraci@gmail.com




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