En
un viaje de trabajo
Suelo viajar seguido por trabajo, por mi profesión de fotógrafa,
este trabajo era de sos que me mantendrían varios fuera de casa, debía
fotografiar lugares, modelos, era algo que no podía hacer en dos o tres días.
Siempre cuando llego desempaco la valija, acomodo todo
en el apart donde me hospedo y salgo a explorar la ciudad, ver donde puedo
hacer algunas tomas, buscar comercios donde pueda comprar algo para prepararme
una cena por la noche a última hora cuando estoy trabajando en la habitación,
después de haber caminado por la ciudad, decidí volver al apart, tenía que
hablar con el cliente y convenir la hora de trabajo para empezar al día
siguiente, me quedaba por delante una buena ducha caliente, preparar las
cámaras y descansar.
Al llegar al vestíbulo, me encontré con un caballero
alto, de cabello oscuro, piel blanca, ojos color miel, sonrisa agradable, muy bien vestido, cambiamos miradas, nos
entregaron la llave y nos dirigimos al ascensor, mi departamento estaba en el
séptimo piso, con una vista increíble de la ciudad, para aquellos que vivimos
en casa, siempre es bello ver la ciudad desde las alturas, Él también estaba
alojado en el mismo piso, todo un caballero me abrió la puerta del ascensor y
nos dirigimos cada uno a nuestros departamentos que estaban separados por otro
de por medio, para mis adentros me decía “no lo olvides, viniste a trabajar y
es una semana larga”.
Amanecí a las 5
de mañana, la ciudad estaba en silencio, solo iluminada por las luces de la
calle, me preparé un café, antes de que pasaran a buscarme, la jornada de trabajo fue por demás larga,
cuando llegue eran casi las 9 de la noche sólo pensaba en cenar algo, darme una ducha caliente, revisar parte del
material y dormir; mientras pido la llave, llega mi vecino de piso con un
paquete con comida, le pregunté donde la había comprado ya que era tarde, me
explico como llegar, decidí subir a dejar
el equipo de trabajo, nuevamente compartimos el ascensor, nos miramos y Él
me dice -mi nombre es Roberto-, -Raffaella le respondí- intercambiamos algunas
palabras, los dos estábamos por trabajo y teníamos al menos Yo una larga semana
por delante, cuando me disponía a salir, para comprar la cena, golpean la
puerta del departamento, era Roberto y me dice -compré suficiente comida para
dos, es tarde para que salgas, porque no cenamos juntos, total los dos estamos
solos-.
Lo miré a los ojos que eran un océano de miel, su
mirada era serena y podía perderme en ellos, no lo pensé le dije que si, le
pedí que me diera unos minutos para cambiarme, así fue, no me pregunte nada, no
me cuestione que estaba haciendo, Él era un perfecto desconocido y Yo estaba
sola en una ciudad lejos de casa, pero algo en mi, me decía que no debía dejar
pasar ese momento, siempre llevo ropa extra por las dudas a veces me invitan a
un evento y me gusta estar arreglada.
Tomé una botella de vino del frigobar, la mesa estaba
lista, nada mal para una cena entre dos perfectos desconocidos y extranjeros en
una ciudad con tanto movimiento de gente que puede ser tan dura como Buenos Aires, hablamos de
muchas cosas y de nada, nos reíamos juntos, en nuestra conversación nada
indicaba como eran nuestras vidas personales ¿para que, hacer preguntas? si todo duraría un día, una noche,
quién podía saber, que nos deparará el destino, solo con saber nuestros nombres
alcanzaba y Él podría no llamarse Roberto y Yo podría no llamarme Raffaella,
continuamos nuestra charla sobre la ciudad, los viajes en el sillón de la sala,
con la copa de vino de por medio, solo eso nos separaba, hasta que se hizo la
hora de ir a mi habitación; nos miramos y antes de abrir la puerta me tomó
entre sus brazos, envolviendo mi cuerpo, me sentí segura, a salvo, nos besamos,
de una manera en la que al menos yo hacía tiempo no sentía, no volví a mi
habitación pasé la noche junto a Él, en sus brazos, cubierta por sus besos,
desnuda de mis pensamientos, era la hora debía irme, creí que Él dormía intente
levantarme con mucho cuidado no quería despertarlo, Él me tomó de la mano y me dijo -está noche
porque no salimos a cenar-, lo mire y volví a perderme en sus ojos, le dije a
las 9,30 y me fui.
Paso el día de trabajo, volví al apart me arregle,
espere la hora y ahí llamó a la puerta, fuimos a un pequeño restaurante, con
poca gente ideal, el tiempo no existía, los temas de nuestras charlas eran tan
variados como las noches que pasamos juntos, su departamento era el puerto,
donde anclamos cada noche nuestra pasión, vestidos sólo por los besos que
recorren nuestra piel y nuestras manos que acarician nuestras almas, cada noche
era la primera y era la última, ya no importaba cuántas noches habían pasado,
cuántas faltaban aunque el final estuviera cerca, habíamos decidido no hablar
del tema, ¿para que?, si luego cada uno
seguiría su propio destino y con eso ya era suficiente, al menos para mí.
Cuando me levanté, como siempre Él estaba
despierto me miró con sus ojos color de
miel, y le dije que era mi último día de trabajo, mañana a las 14 horas sale mi
vuelo, su rostro se apagó por un instante, enseguida me dijo -entonces vamos a
hacer algo especial está noche, Yo me ocupo-; todo el día fue una locura de
trabajo, no me dio tiempo a pensar, que era mi último día en la ciudad y de mi,
junto a Él, mientras esperaba que tocara a la puerta, a la misma hora,
acomodaba mi valija, mis cámaras, Roberto golpeó a la puerta, por primera vez,
por última vez, mi departamento sería el destino, entre las cosas que trajo
para pasar nuestra última noche juntos, fueron dos botellas de espumante y dos
copas, chocolates, la cena quedo servida sobre la mesa, pasamos la noche gozando el uno del otro,
mientras la luna se colaba por la ventana iluminando nuestros cuerpos, que ya tenían
una luz especial cuando se unían en la pasión.
El sol entró por la ventana y nosotros estábamos
enredados en nuestros besos, pasamos la mañana juntos, hasta que llegó el
momento de la partida, la puerta del ascensor del séptimo piso fue el testigo
de nuestra despedida, siempre digo que no
debo mirar atrás y eso fue lo que hice, no miré hacia atrás, no volví a pedirle
su teléfono, no le pregunte sobre su vida, no le tomé una foto, subí al avión,
cuando desempaque la valija ahí estaba la copa que había sido testigo de
nuestra noche, la primera, la última, la conservo en una caja especial, cuando
la veo, recuerdo esa semana en donde dos extraños nunca se juraron amor eterno,
pero vivieron dentro de los límites del amor.
*Cuento publicado en el libro "POESÍA Y NARRATIVA Antologìa - Volumen I", Tres de Febrero.
Stella Maris Leone Geraci
Artista Plástica - Fotógrafa - Escritora
E-mail: stellamarisleonegeraci@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario